Todas las noches el mismo ritual, a la misma hora, cuando la luz de la luna rasga el oscuro manto nocturno. El procedimiento continua siendo el mismo, muy simple; buscar, encontrar, seguir… y cazar.
Caminando entre medio de esa noche había una chica que caminaba de manera ligera por las tortuosas calles del pueblo. Nunca le había gustado tener que salir de casas a esas horas de lúgubre oscuridad, desde pequeña le explicaban historias de miedo sobre raros asesinatos y desapariciones a la luz de aquella misma luna, la única confidente de aquellos extraños sucesos, haciendo gala de su valor nunca les dio demasiada importancia ni veracidad, pero aún así cuando alguien se encuentra solo en medio de la nada provoca que se sienta desprotegida de todo.
Le había llamado el médico del pueblo, su padre había sufrido un infarto y tenía que estar con él ahora que estaba tan frágil, como es lógico. El trayecto desde su casa no era mas que de unos quince minutos, tenía que atravesar la fachada de la tienda del pueblo, tomar el camino a las afueras y continuar hasta los terrenos de la familia Todd.
Por fin había llegado el momento de elegir a una víctima para dar comienzo a su ritual, y aquél pequeño pueblo refugiado entre las montañas le pareció idóneo para aquella noche, tenía que sufrir la sed que le azotaba desde hacía unas horas. Poco a poco se acercó a las casas ocultándose entre los matorrales que podían cubrirle escasamente. Llegó a la entrada del pueblo, pero una voz humana, de una chica al parecer, hizo detener sus pasos, provocándole una sonrisa invisible a ojos de los demás en su pálido rostro, su presa se acercaba sinuosa e inconscientemente a él, tan solo unos pasos más….
Ya era muy tarde, así que la señora Adams decidió que lo mejor sería cerrar la tienda del pueblo, ya nadie vendría en aquél día, además tenía que llevar a su hija pequeña, que tenía catorce años, a la cama, hoy se había quedado con su madre ya que unas pesadillas no le dejaban conciliar el sueño. Madre e hija vivían en el piso de arriba de la tienda, algo bastante típico y tópico en estos pequeños pueblos.
Aun así, la hija no quería subir aún a casa, no encontraba su juguete favorito,y no se quería marchar sin dar con él, así que una vez que su madre entró en su dormitorio, ella bajo de nuevo a la tienda descalza y vestida únicamente con una estampada bata, bajo el amparo de un pequeño candil de aceite.
Dio varias vueltas a gatas por el local, pero sin suerte, no logró encontrar su juguete, entonces le vino una idea bastante crédula a su cabeza ¿y si la fuerza divina de algún Dios dotó de vida al juguete y había salido fuera de la tienda? Así que sin dudarlo ni un segundo, empujó la puerta de la entrada y se unió a la oscuridad de la noche. Sus pasos la guiaron hacía los terrenos de la familia Todd.
Por un instante le pareció que su muerto corazón latía de la emoción, por fin podría saciar su sed. Se revolvió un poco en el matorral, desentumeciendo los fríos músculos y apoyó las manos en el suelo preparándose para atacar a aquella indefensas presa. Cuatro, quizá cinco metros le separaban de ella, de su fuente de comida aquella noche, y a ella le faltaban cinco metros para llegar al abrazo de las manos de la muerte.
¿Cómo estaría su padre? La chica se lo preguntaba según iba caminando hacía donde yacía su convaleciente progenitor. A decir verdad, desde que murió su madre dos años atrás su padre tenía una salud bastante delicada. Como es evidente la fallecimiento de su madre los afectó tanto que rara vez nombraban ese hecho… Ya había sufrido más infartos, saliendo más o menos bien parado de todos ellos, lo de esta noche no era más que un capítulo nuevo en su desgastado libro.
¿Dónde estaría el juguete? Por mucha vida de la que le hubiesen dotado los Dioses no podía haber llegado tan lejos en tan poco tiempo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, demasiado frío para una niña ataviada con una bata a aquellas horas de la noche, así que caminó más aprisa, con ganas de llegar a casa.
Se lamió los labios con lascividad, ninguna sensación era comparable a la que sentía en el momento previo a un ataque, tan solo debía esperar alguna señal para poder atacar, y esta llegó..
Una pequeña rama de olivo crujió bajo los inocentes pies de la víctima, que asustándose un poco empezó a mirar a su alrededor ansiando no ver nada, aun así, en contra de su voluntad vislumbró una figura irguiéndose en la oscuridad, pero, por alguna razón no sentía ganas de escapar, es más, deseaba quedarse , junto aquél envuelto en un misterioso pero atrayente velo. El acercaba el rostro al de ella con parsimonia, y sin saber porque ella alzó su tembloroso brazo y acarició el frío rostro, una sensación parecida a acariciar una losa de piedra. La misma sonrisa fría y vacía brotó en su rostro, que acercó más al de la chica. Su pútrido aliento masajeó el suave cuello de ella y en ese momento… Sus afilados colmillos se hundieron en su piel en busca de su fuente de vida, en busca de su alma para toda la eternidad, con el único fin de alimentarse aquella noche. Apretó fuertemente el cuerpo de la chica contra él hundiendo más y más sus colmillos, pero a la vez, profiriéndole una gran sensación de éxtasis.
La chica no sentía nada, ni dolor, ni desesperanza, ni miedo, nada en absoluto, al cabo de unos instantes él la dejó caer al suelo, entonces, con el helado tacto de la tierra empezó a sentir un vacío dentro de si misma, sentía una sensación de alejamiento que nunca había sentido, no olía, no parpadeaba, no respiraba y la vista cada vez se desenfocaba más de aquél ser hasta que de pronto, la nada. Sus ojos, antaño brillantes y radiantes de vida ahora eran opacos, sin reflejo, lo único que la luna podía reflejar en ella ella era una lágrima que surcaba su mejilla, velando por el cuerpo que jamás volvería a moverse…
Sonó un seco golpe en una puerta de roble, un hombre que había en el interior abrió la puerta, al parecer la estaba esperando. Con un gesto con la mano la invitó a entrar en la casa, una vez en el salón el hombre le confesó que había hecho todo lo que pude, pero que su padre esta vez no logró soportar el infarto…
En el camino yacía el cuerpo de la niña, con su pequeña bata estampada bañada en su propia sangre, y de su bolsillo, se dejaba ver un pequeño juguete…